En la ola de violencia que ha vivido México en los últimos años, no son solo civiles o narcotraficantes los que pierden la vida. También los miembros de los cuerpos de seguridad, sean policías, marinos o soldados. Pero muy poca gente repara en ellos. Salvo sus padres, naturalmente. Entre los familiares de los 40 mil desaparecidos a lo largo y a lo ancho de la República en la última década, hay algunas madres que se han destacado por participar en los movimientos que buscan recuperar o por lo menos saber qué fue lo que sucedió con sus hijos. Los cuerpos de los soldados, marinos y policías también se esfuman. Hay casos que se pasean en los bordes de la desesperanza. Madres que saben que los cuerpos de sus hijos fueron disueltos en tambos de ácido. Y que saben también que sus victimarios, al ser miembros de bandas rivales, también fueron desaparecidos de igual forma.
Los pasados meses fueron mortales para las fuerzas de seguridad de la nación. Fueron ejecutados 47 de sus miembros. De ellos fueron 19 policías municipales, 14 policías estatales, 7 policías federales, 4 agentes de las fiscalías ministeriales, 2 soldados y un marino. Los estados que fueron los escenarios de las matanzas fueron 18. Entre ellos sobresale Jalisco, con 8 asesinatos; le siguen Veracruz con 5 y Tamaulipas con 4. Ese mapa define con claridad la presencia del narcotráfico en las entidades federativas y el tipo de miembros de los cuerpos de seguridad que suelen ser sus víctimas.
En Jalisco opera el Cártel Jalisco Nueva Generación, y Tamaulipas y Veracruz son el territorio de los Zetas. Y en todos los estados las víctimas principales son los policías municipales y estatales, que son los miembros más vulnerables de los cuerpos se seguridad de la nación. Seguramente las víctimas fueron policías que no cayeron en las redes del narcotráfico, no aceptaron la disyuntiva de tener plata o plomo, o llegaron tarde a la convicción de que el narco es quien gobierna varios municipios del país. La violencia de los últimos meses se centra, básicamente, en la policía. Y nos recuerda los salarios de hambre, la capacitación deficiente y, lo más importante, la falta de vinculación con la población.