Ayer, en su conferencia mañanera -desarrollada en Oaxaca- el presidente López Obrador tuvo que enfrentar un hecho que viene marcando cada vez más el tinte de su sexenio, y lo hizo contra la pared. El día anterior, las fuerzas armadas del Cártel de Sinaloa tomaron la ciudad de Culiacán como si fueran el ejército que realmente son; es decir, cerrando los accesos a la ciudad, apostando a sus vehículos y francotiradores en lugares estratégicos, incendiando coches y camionetas, liberando reos de la cárcel y aterrorizando a la población para conseguir sus objetivos.
Y lo lograron. Después de analizar la situación, el gabinete de seguridad y el presidente dieron la orden de liberar a Ovidio Guzmán, hijo del Chapo Guzmán, que había caído en manos de la policía estatal y federal de manera fortuita, en un enfrentamiento que tuvo lugar en un fraccionamiento de Culiacán. Al rendirse a la exigencia del narcotráfico, los encabezados de los diarios nacionales y muchos comentaristas condenaron la decisión del Estado, que fue una capitulación ante los delincuentes. Al día siguiente, los miembros del gabinete de seguridad sostuvieron que la acción fue precipitada, en la cual ni siquiera ellos estaban informados.
El evento es muy importante, porque puede marcar un hito en la política de seguridad que va a seguir el gobierno federal y los gobiernos locales el resto del sexenio. Independientemente de la ineptitud que exhibieron las autoridades en el evento, hay un tema de la mayor trascendencia para la seguridad del país. Existe indudablemente un cambio de estrategia y un cambio de metas en el actuar de las fuerzas armadas. Ahora el objetivo no es liquidar o detener a los delincuentes, sino salvaguardar ante todo las vidas humanas. Y en este sentido, se puede llegar al extremo de ceder ante las exigencias de los delincuentes.
Las consecuencias son muchas, pero sobresalen dos muy importantes. La primera es que los distintos grupos del narcotráfico pueden colegir del evento que basta con mostrar un mayor poder militar para conseguir sus objetivos. Y la segunda es que puede emerger un fenómeno, tal vez, único en el mundo: unas fuerzas armadas que no van a utilizar la fuerza para doblegar a la delincuencia organizada. «No puede ser más importante la captura de un delincuente que las vidas de los ciudadanos», dijo el presidente.