Como es sabido, el conflicto de Irlanda del Norte fue un enfrentamiento armado en Irlanda del Norte que ensangrentó a la isla entera en las últimas décadas del siglo pasado. Los llamados unionistas, de religión protestante, estaban a favor de preservar los lazos con el Reino Unido, y los republicanos irlandeses, en su mayoría católicos y partidarios de la independencia o la integración a la República de Irlanda, se enfrascaron en una guerra que duró desde octubre de 1968 hasta el mes de abril de 1998. Fueron 30 años perdidos de una guerra religiosa absurda, en la que perdieron la vida 3,526 ciudadanos, militantes de la resistencia y soldados del Reino Unido.
En el centro geográfico de la Guerra de Iranda se encuentra un pequeño poblado llamado Enniskillen, en el condado de Fermagh. Es el última frontera del Reino Unido. Es territorio británico. Está en medio del Lago Erne. Tiene apenas 10.000 habitantes. En realidad es una hilera de casas de estilo victoriano que se encuentran apostadas a lo largo de su calle principal. Ahí se encuentran peluquerías, florerías, supermercados, varios comercios con aparejos de pesca, y tiendas de ropa que parecen sobrevivir al paso caprichoso de las modas. Y ahí, en su monumento a los caídos en la Primera y Segunda Guerra Mundial, el Ejército de la República de Irlanda hizo estallar un coche bomba el 8 de noviembre de 1987. Justo el Día del Recuerdo. Fueron 11 muertos. 63 heridos.
¿Y ahora? ¿Qué sucede en ese rincón olvidado del mundo donde combatieron y murieron tantos?
Parece una ironía de la historia, pero a la sombra del Brexit, que arrancará al Reino Unido de las bondades de la Unión Europea, los ciudadanos de Enniskillen prefieren cruzar el puente sobre el río, y reincorporarse al territorio de la República de Irlanda, sus antiguos enemigos. Así sienten que se quedarán en Europa.