En el mundo llamado occidental, la víspera del Año Nuevo es una celebración familiar que se festeja con pechuga de pavo, pierna de cerdo, vino blanco o rojo y copas de champaña. Hay risas, deseos que se añoran, promesas que no se cumplen, Pero no siempre ha sido así.
En los años de la esclavitud de los negros en Estados Unidos, la víspera de Año Nuevo era una noche de sufrimiento para los esclavos. El primer día del año nuevo cualquiera podía cambiar de dueño, si resultaba el tristemente favorecido por las subastas de esclavos. Las familias estaban siempre en peligro de ruptura. Los padres, las madres o los hijos podían ser vendidos al mejor postor, e irse a vivir a otra plantación. Tal vez, no los volverían a ver. Por eso había llanto, gritos de dolor, golpes en el suelo. O azotes para los más atribulados. El año nuevo era una pesadilla para los esclavos.
Cuando Abraham Lincoln decretó el fin de las subastas de fin de año y la libertad de los esclavos, al júbilo de los recién liberados se añadió la venganza de los antiguos dueños esclavistas. Fue el 31 de diciembre de 1862. Unos días antes, un grupo de los supremacistas blancos de aquellos años incendió una iglesia donde se cantaba el gospel.
Hoy en día, las congregaciones negras se reúnen para celebrar el Año Nuevo y recordar aquellos días. Sus condiciones de vida han cambiado, pero el racismo subsiste. Aunque pasen años, décadas y siglos.