La oscura fecha del 11 de septiembre se amplificó con los avionazos a las Torres Gemelas en Nueva York en el fatídico año de 2001. Pero esa fecha ya existía, y tenía un significado igualmente oscuro y emblemático de catástrofes. El 11 de septiembre de 1973 sobrevino el golpe de Estado contra el régimen de Salvador Allende en Chile, y el país se envolvió en una nube dictatorial que duró muchos años.
Aunque el atentado de Al-Qaeda fue el inicio de una serie de intervenciones militares de Estados Unidos en los países árabes, el 11 de septiembre en Santiago de Chile nunca se borró de la memoria de los socialistas chilenos que habían llegado al poder por la fuerza de los votos, algo que no sucedía en aquél entonces.
Y ahora resulta que, mientras los tambores de guerra llaman a las armas por las provocaciones sanguinarias del Estado Islámico en Siria e Irak, en Chile un grupo terrorista puso una bomba en un restaurante de comida rápida en el Metro de Santiago, como supuesta conmemoración o repudio al golpe de Estado de Pinochet.
Michel Bachelet, la actual presidenta socialista de Chile, condenó enérgicamente el atentado, negando que el terrorismo se haya instalado en Chile y declarando que combatirá con todos los recursos del Estado cualquiera de sus manifestaciones. Tiene razón. Los golpes de Estado y el terrorismo son dos lacras que no pueden seguirse usando en beneficio de nadie.