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Dos hermanos, dos crímenes.

Los dos hermanos compartían una litera mientras estuvieron vivos. Ahora, en la muerte, comparten otra. De cemento, por supuesto. El mayor, Khiel, siempre durmió arriba. El menor -dos años menor-, Na´im, siempre durmió abajo. El mayor murió por un disparo de la policía de Nueva York en 2007. El menor falleció también por un disparo de la policía de Nueva York 7 años más tarde, en 2014. El primero murió desarmado. El segundo llevaba un arma mientras huía por una calle vacía. La familia está despedazada.

El hermano mayor sufría de trastornos mentales que nunca pudieron ser tratados adecuadamente, y un día se encerró en su cuarto diciendo que tenía una pistola en su poder. Cuando llegó la policía, Khiel saltó por la ventana y corrió a esconderse detrás de un auto estacionado. Los policías bajaron, lo rodearon y lo conminaron a entregarse. Como no lo hizo, y bajo su chamarra ocultaba algo, los policías dispararon y le dieron muerte.

Lo que ocultaba bajo se chamarra era un simple cepillo para el pelo.

Siete años después, Na´im siguió los pasos de su hermano. Estuvo involucrado en asaltos de poca monta, era de los jóvenes que robaban celulares a su alcance, y en una tarde de verano consiguió un revólver para presumir con sus amigos. Lo malo fue que con ese revólver encaró a la policía, echó a correr calles abajo y fue abatido por las balas.

Toda una desgracia, con una familia en ruinas.

¿Quién tuvo la culpa?

Nadie dice que la culpa fue de la policía.

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