Como bien se sabe, el Coronavirus es una catástrofe universal. Se inició en la ciudad de Wuhan, en la región oriental de China, y su contagio ha llegado a todo el mundo. En países como Estados Unidos, Italia y España, los contagios han sido decenas de miles. Y las muertes también.
En México, afortunadamente, los números de contagios y de muertes no han sido las cifras que se presentan en los países mencionados. Las muertes y los enfermos son lamentables, por supuesto, pero no representan el número creciente de las poblaciones afectadas en otras latitudes. Las causas de este fenómeno no han sido analizadas, pero apuntan a ciertas realidades. En primer lugar, se ha constatado que el virus afecta de manera letal a la población de los adultos mayores, y particularmente a los que están enfermos. A los que padecen diabetes, por ejemplo. Y aunque México no está exento de ello, lo cierto es que los mexicanos son en su mayoría gente joven, tienen en promedio 29 años. En Estados Unidos, en cambio, el promedio de edad es de más de 38 años.
En este escenario, la información que fluye desde el gobierno ha sido muy eficaz en términos generales. En los últimos días, la recomendación más extendida es un llamado a permanecer en casa. Y la mayoría de la población ha obedecido las indicaciones. Las labores se han reducido a las actividades estratégicas, los comercios y los servicios han cerrado sus puertas, las aglomeraciones se han evitado. Las grandes ciudades han volteado a ver lo que ha ocurrido en Nueva York -que se convirtió en un hervidero del virus- y se han apartado de su ejemplo.
Aunque todavía es temprano para ver con claridad las tendencias del futuro, el hecho de que México tenga un escudo en el interior de su propia población es un estímulo para seguir actuando.