Lionel Messi ha sido considerado el mejor jugador de la historia del fútbol. Una estrella que brilla más que las de Pelé, Maradona, Beckenbauer, Cruyff, Eusebio, Garrincha, David Beckham, Platini, Zico, Totti y Alfredo Di Stéfano. Su manejo del balón ha sido considerado perfecto. Con la bola entre los pies, nadie podía quitársela. Podía moverla en espacios cerrados, entre varios rivales, con un ritmo y una maestría que no se había visto en ningún otro futbolista. En tiros libres, las posibilidades del gol se incrementaban como por arte de magia ante el nerviosismo del equipo contrario.
¿Era un futbolista perfecto? No. Le faltó altura y elasticidad para cabecear y prefería mover la bola a ras de suelo.
Pero ahora Messi se va del Barcelona, el equipo en el que jugó toda su vida.
Lo que ha salido a la luz con su partida es un tema muy añejo, pero conocido por todos. Como se sabe, el fútbol es una negocio en el que todos los jugadores son mercancías. Caras o baratas, pero productos que tienen un precio en el mercado. Toda una vergüenza, pero así es.
Ahora Lionel Messi está enredado en una madeja económica y burocrática muy lejana de su maestría con el balón. Para encontrar culpables y salvaguardar grandes cantidades de dinero, la directiva del Barcelona ha cambiado sus nombres en cuestión de días, Y un puñado de jugadores -además de Messi están Arturo Vidal, Iván Rakitic y Luis Suárez- han sido informados de que pueden irse.
Equipos como el Paris Saint Germain, el Bayern Munich y el Real Madrid, se frotan las manos.