Es bien sabido que, a lo largo de su historia, Alemania se ha inclinado por venerar a figuras fuertes, capaces de imponerse no solo sobre los demás grupos, sino también sobre los problemas ancestrales y las adversidades coyunturales del país. Así nació la temible figura del káiser Guillermo II, que era el paladín de la corona de Prusia, y la figura devastadora de Adolfo Hitler, el hombre que llevó a Europa a la peor destrucción bélica de su historia.

Ahora en Berlín ha surgido el nombre de un líder capaz de aglutinar a todas las fuerzas dispersas de la extrema derecha y, siguiendo el ejemplo de la violencia ancestral del país contra la democracia, apareció en un intento de asalto al parlamento. Se trata de la figura de Donald Trump.

Trump ha sido mencionado por los líderes de los grupos neonazis, se han publicado camisetas con su fotografía, y su imagen ha sido defendida por los manifestantes que combaten las medidas de confinamiento por la pandemia, como la que aparece en la fotografía.

¿Y por qué la figura de Trump? Es fácil de responder: por sus discursos favorables a la supremacía blanca, su animadversión contra los migrantes y musulmanes, su beligerancia para mantenerse en el poder.

Como anillo al dedo.