En California es normal. Para muchos de sus habitantes, los incendios forestales son parte del calendario de las turbulencias y catástrofes naturales del estado. Pero en esta ocasión es distinto. Un calor recalcitrante ha impulsado docenas de fuegos encarnizados en los bosques, lo que ha obligado al gobernador Gavin Newsom a declarar el estado de emergencia en la entidad.
El panorama general dista mucho de estar bajo control. Millones de acres han sido consumidas por las llamas. El fuego amenaza los barrios y las colonias urbanizadas desde hace tiempo, y cientos de vecinos han tenido que ser evacuados con helicópteros. El color del cielo, visto a la distancia, es de un rojo-naranja muy hermoso, como si fuera una fuente de inspiración para los pintores de colores intensos. Pero lo que sucede dista mucho de ser motivo de júbilo. Los ecosistemas han perdido su equilibrio.
Las fuerzas contra el fuego ya no alcanzan para combatirlo en las extensiones que arden en esta temporada. La mayoría de los bomberos son reclusos que salen de las cárceles de manera forzada, ganando un dólar por cada hora de trabajo. Muchos dicen que se trata de un trabajo esclavo, donde ponen en riesgo la vida. Algunos prefieren regresar a prisión.
Mientras tanto, el viento sopla y el fuego va ganando terreno.