El nombre de Naomi Osaka está palpitando en los medios de comunicación de todo el mundo. Ayer, después de ganar su tercer Grand Slam en el torneo abierto de tenis de Estados Unidos, levantó la Copa con una mezcla insólita de alegría, seriedad, determinación y fiereza. Sabe que sin duda es la mejor tenista del mundo en este momento, pero no quiere ser recordada solo por ello. Su lucha está dentro y fuera de las canchas de tenis.
Con solo 22 años de edad, Naomi está utilizando su supremacía en el tenis para ponerle un alto a las injusticias del mundo. Desde que tomó conciencia de la violencia y los atropellos raciales cometidos por la policía en Estados Unidos contra los negros, no ha dejado de llamar la atención y condenar cada injusticia. Hace dos meses, logró la postergación de la semifinal del torneo del Western & Southern Open, en protesta por los disparos que dejaron inválido al joven negro Jacob Blake en Wisconsin. Y desde entonces se propuso añadir el nombre de una víctima en cada torneo en el que participa. Así se impone la consigna de ganarlos todos, para luchar cada vez más contra el racismo.
Ayer, levantándose de algo que parecía una derrota segura al perder por 6-1 el primer set contra la bielorrusa Victoria Azarenka, le dedicó su triunfo a Tamir Rice, un niño de 12 años baleado por la policía en Cleveland, Ohio.