Cuando un país dividido, con rencor acumulado, se expresa de manera abierta, es natural que estalle la violencia. Es la invitada incómoda de las reuniones políticas, las marchas, los mítines y todas las expresiones que reúnen a los grupos indonformes. A veces la violencia es espontánea, surge de la simple vista y presencia de los oponentes, y a veces es provocada, en montajes que no siempre aparecen a la vista de todos. Pero siempre la violencia arroja un número lamentable de heridos y afectados, y generalmente la policía se involucra con acciones que no son siempre las de mantener el orden.

Ayer la capital de la nación se convirtió en un campo de batalla. Grupos de simpatizantes de Trump llegaron de diversos estados del país, y en diferentes puntos de la ciudad se enfrentaron con grupos enemigos de que el actual presidente siga ocupando la Casa Blanca. El saldo fue de un hombre apuñadado, algunos heridos y más de 20 detenidos.

No es aventurado pronosticar que habrá más violencia. Mientras las autoridades han señalado que en las pasadas elecciones no hubo ningún indicio de fraude, tanto Trump como todos sus simpatizantes aseguran que les robaron la elección, el país y la Casa Blanca. Ese es el caldo de cultivo de la violencia.