En la India, el segundo país más poblado del orbe, las religiones se consideran un asunto de Estado que debe legislarse. Y esa idea ha provocado enfrentamientos entre individuos, grupos, familias y regiones, que generalmente -como en todos los enfrentamientos religiosos- terminan mal.
Hace unos días se supo del caso de una mujer hindú que fue asesinada, supuestamente, porque su marido quería convertirla a su propia religión, el Islam. Y ese episodio encendió la mecha de una batalla muy antigua entre ambas religiones.
Existe un término condenatorio, llamado Love Jihad, que se refiere a la teoría conspirativa que sostiene que los hombres musulmanes quieren aumentar el número de adeptos a su religión cambiando la religión hindú de las mujeres a través del matrimonio. El estado más poblado del país, el Uttar Pradesh, prohibió el concepto y su contenido. Y en Netflix, siguiendo la misma tónica, se prohibió la escena de un hombre musulmán besando a una mujer hindú contra la muralla de un templo.
Aquí las enseñanzas de Juárez no existen.