Jacobo Zabludovsky marcó al siglo XX del periodismo en México. A algunos no les gustó su presencia, y dicen que fue mejor el del siglo XXI, de escasos 15 años. Lo dicen por su relación con televisa -aunque ahora sean sus alfiles-, su falta de crítica al gobierno, su presencia permanente en las pantallas televisivas con el noticiero 24 horas. Si había un símbolo que destruir por los iconoclastas, ése era la figura de Jacobo Zabludovsky frente a su escritorio de noticias.
En el fondo, Jacobo fue el mismo. Un hijo orgulloso de emigrantes, esforzado hasta la médula, sistemático, disciplinado, amante de su propio trabajo, asiduo hasta el extremo, lector insaciable, fanático de la pintura, creador de su propia memoria. También fue una criatura de La Merced, enamorado del Centro Histórico, orgulloso de sus tradiciones, defensor de México dentro y fuera del país.
Jacobo fue de los pocos periodistas que quisieron entender el mundo más allá de la noticia, se solidarizaron con la gente en desgracia y demostraron que en el periodismo hay valores.
Estuvo muy lejos de la estridencia, los empujones por ganar la nota, la absurda valoración de las fuentes ocultas, el brillo engañoso de los reflectores, la burda popularidad.
Su ejemplo pocos lo siguen, pero no morirá jamás.