¿Cientos de miles de gentes en las calles de Brasil, y sin bailar? Era una visión extraña, como para frotarse los ojos. Brasil, considerado la capital mundial de la alegría, se cimbró a mediados de año porque una ola de protestas bañó las calles de Río de Janeiro, Sao Paulo, Brasilia, Recife, Porto Alegre, Manaus, Curitiba y Belo Horizonte. Las causas visibles eran el aumento de las tarifas del transporte, los recortes presupuestales en educación y salud, los gastos estratosféricos que se planean para el Mundial de Futbol de 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016. ¿Los brasileños protestan por el futbol? No. Un momento. No es por eso. Simplemente, los brasileños ya no quieren que sus gobernantes tomen decisiones sin tomarlos en cuenta. Aunque sean para favorecer la magia de las piernas de Neymar.
Democracia sin democratas
En Egipto, país milenario, la estela autoritaria de los faraones sigue viva. Hace un año, por primera vez en su historia, triunfó en elecciones libres un candidato civil. Por primera vez en su historia. Y hace unas cuantas semanas, ese presidente fue depuesto por un golpe militar. ¿Un golpe militar? Pocos lo reconocen. El presidente Mohamed Morsi, aunque fue educado en las universidades liberales de Estados Unidos, representa a los Hermanos Musulmanes, un partido político que nació predicando la grandeza de Alá, la segregación de las mujeres y la fidelidad a los dogmas más irracionales de la religión. Su mandato no fue un ejemplo de inclusión de las oposiciones en el gobierno, pero no se dejó mangonear por los militares. Por eso fue depuesto. Y ahora, cuando las fuerzas encontradas dicen defender a la democracia con todo fervor, resulta que en ese país no hay demócratas en quien confiar.
Mandela vive
A los 94 años, con un pie ya fuera del mundo, Nelson Mandela vive sus últimos momentos en el centro de un acalorado debate. Como siempre. Nadie quiere que muera. Pero hay almas caritativas que le quieren ayudar a bien morir. Otros no lo ven de esa manera, porque si hay algo peor que matar a un hombre, eso es matar a un símbolo. Nelson Mandela es un líder fuera de serie. Durante sus 27 años de prisión, fue un hombre libre. Como primer presidente negro de Sudáfrica, una nación racista hasta el tuétano, su obsesión fue la reconciliación de las razas. Denostado por blancos y negros –en diferentes etapas de su vida-, siempre estuvo por encima del rencor y la venganza. Perdió hijos y batallas, pero no lo vencieron ni el dolor ni la muerte. Mandela vive, aunque la sombra de su muerte diga lo contrario.