El deshielo llegó finalmente a Cuba. Por primera vez, después de más de medio siglo de ausencia, la bandera de las barras y las estrellas ondea desde la embajada de Estados Unidos en La Habana. Los tres marinos que recogieron la bandera para llevársela a su país en 1961 estuvieron presentes. Ahora, nadie quema la bandera ni la arrastra por el suelo. Las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se han normalizado por los arrestos de Barack Obama y la infatigable mediación del Papa Francisco. Los hermanos Castro, con una sonrisa de complacencia, simplemente firmaron los acuerdos.
John Kerry, el secretario de Estado norteamericano encargado de izar la bandera, dijo que se abre un horizonte de oportunidades con este histórico paso. Y es cierto. De entrada, los flujos turísticos hacia La Habana serán mayores. Y las exportaciones agrícolas y de telecomunicaciones de Estados Unidos hacia la isla se multiplicarán a corto plazo.
Pero no todos están contentos. La oposición al régimen de Fidel Castro no fue invitada a la ceremonia. Marco Rubio, el candidato republicano a la Casa Blanca de origen cubano, dijo que aquello fue una bofetada en el rostro a todos los activistas por la democracia en Cuba. La tuitera cubana Yoani Sánchez, famosa por brincarse las cercas de la censura local, tuvo una reunión con John Kerry y otros disidentes, pero en privado.
Mientras tanto, fiel a su estilo, Fidel Castro celebró sus 89 años publicando un artículo que dice que Estados Unidos le debe a Cuba millones de dólares por el embargo. Ese es un jalón de cuerdas en sentido contrario. El otro jalón lo tienen los republicanos en sus manos, porque el fin del embargo a Cuba depende del Congreso, por lo menos, hasta las próximas elecciones.