Para los náufragos que sobrevivieron a las tormentas y pérdida de sus barcos a lo largo de los siglos, los mensajes lanzados al mar en botellas solitarias eran su única esperanza de ser rescatados. Pero las posibilidades de que alguien encontrase sus mensajes eran sumamente reducidas.
El pasado mes de enero, en las playas de Australia, una mujer encontró uno de estos mensajes. No era el llamado desesperado de un náufrago, pero sí un mensaje lanzado hace más de un siglo con la esperanza de ser encontrado. La botella fue lanzada al mar desde la cubierta de un barco alemán llamado Paula, el 12 de junio de 1886, mientras cruzaba las aguas del Océano Indico. Llegó a los pies de una australiana llamada Tonya Illman, mientra caminaba por las arenas de Wedge Island, al Oeste de Australia. Fue un viaje de 131 años.
Para el asombro de la marinería mundial, la botella cumplió su cometido cabalmente. Era parte de un experimento. A finales del siglo XIX, miles de botellas fueron lanzadas al mar por órdenes del Observatorio Naval de Alemania para entender los flujos de las corrientes oceánicas. En este caso, tal y como decía el mensaje de la botella, el Paula salió de Cardiff, la capital del Reino de Gales, y se dirigía al puerto de Makassar, en Indonesia. Al igual que sus congéneres, la botella llevaba en su interior información de su travesía, el nombre del barco donde fue lanzada, y la fecha exacta de su lanzamiento.
Ahora la botella descansa en el Museo Nacional de Australia. Se desvió miles de kilómetros de su ruta original, y demostró que las corrientes marinas llegan hasta las playas de una isla mayor. El hallazgo es tal magnitud, que abre nuevas esperanzas para las naves espaciales que ha lanzado la humanidad hacia la inmensidad del universo con el remota esperanza de que alguien las encuentre.