La violencia que envolvió Charlottesville no es un acto aislado. Tampoco es, como lo quiere ver la Casa Blanca, un enfrentamiento entre varios extremos. Es parte de un movimiento racial que anida en los Estados Unidos desde hace décadas, y que ahora encuentra un terreno fértil para expresarse abiertamente.
En Charlottesville hubo una marcha de nazis nacidos en América. Supremacistas blancos que odian a los negros, a los latinos y, siguiendo la tradición histórica, aborrecen también a los judíos. Esto no es nuevo. Hace poco más de 50 años, en el Marquette Park de Chicago, el fundador del partido nazi de Estados Unidos, un sujeto llamado George Lincoln Rockweell, arengó a un grupo de 300 seguidores para cumplir el programa nazi en la tierra de Roosevelt. Nadie le hizo eco. La inmensa mayoría de la población identificó la arenga con los discursos eufóricos y disparatados de Adolf Hitler, y la reacción fue condenatoria.
Pero ahora el contexto ha cambiado. El ´presidente de Estados Unidos condenó la violencia proveniente «de muchos lados» en Charlottesville, lo cual se leyó como una falta de condena unilateral al partido nazi. La Casa Blanca ya no está únicamente contra los nazis. Está también contra los que les hacen frente.
En los violentos sucesos de Charlottesville, un automovilista arremetió con su auto contra los manifestantes que se oponían a los nazis, dejando un saldo de una persona muerta y 19 heridos. La sangre corrió por cuenta de los blancos supremacistas. El gobernador de Virginia, el demócrata Terry McAulifee, dijo que los supremacistas nazis deberían de «salir del país, porque ellos no son auténticos americanos.»
Pero la Casa Blanca no piensa lo mismo. Cada vez que existen enfrentamientos de este tipo -que son ahora más frecuentes- condena la violencia en general, pero nunca a los grupos que la promueven. Nunca critica al Partido Nazi de Estados Unidos. Ni al Ku Klux Klan.
Por eso, al sentirse apoyados por la Casa Blanca, estos grupos seguirán actuando. Ya no hay fuerza que lo detenga. Habrá más enfrentamientos. Y más violencia. Donald Trump tendrá la primer cosecha de sus propias semillas.