Son dos problemas coyunturales de México. Ambos han existido desde hace décadas, pero no conforman problemas históricos, como la desigualdad social y el subdesarrollo. En los últimos años se ha exacerbado, como producto precisamente de la desigualdad social y el subdesarrollo.
La inseguridad está íntimamente ligada a la desigualdad social y a la corrupción. La desigualdad social arroja diariamente a millones de jóvenes a los brazos de la delincuencia, porque no existen empleos bien remunerados ni una cultura que defienda los valores del tejido social y el Estado de Derecho.
La corrupción es una fuente inagotable de desigualdad social. El desvío de fondos públicos a bolsillos privados es parte de los usos y costumbres de un Estado en el que la violación de las leyes es producto del actuar en base a intereses en lugar de reglamentos. Es una acumulación originaria fácil de capital. Por eso muchos funcionarios acuden a sus cargos con la misión de enriquecerse en sus cortos periodos de gestión.
Pero esa no es la única forma de la corrupción. Otra vertiente se encuentra en las diferentes policías, que tienen salarios raquíticos y que necesitan mensualmente surtir de recursos a sus jefes. Por eso los policías son vulnerables a las compensaciones económicas del crimen organizado.
Por eso para acabar con la inseguridad hay que terminar con la corrupción de las policías. Hay que tener policías comprometidos con la población que protegen, bien pagados, orgullosos de su trabajo, sin la obligación de pagar parte de los sobornos a sus jefes.
Ese es un tema ineludible para los candidatos.