Cuando se habla de la iglesia como crimen organizado se piensa que es una broma. Todo mundo se ríe. Pero cuando se analiza el comportamiento de algunos sectores de la iglesia -que generalmente gozaron de una reputación intachable durante muchos años- cualquiera se percata de que bajo las sotanas y los adornos litúrgicos se esconde un comportamiento delictivo tolerado en la penumbra. Ese es el caso de la organización denominada Los Legionarios de Cristo, fundada por el sacerdote Marcial Maciel, de lamentable memoria. (En la foto aparece con el Papa Juan Pablo II)
Una vez que el Papa Francisco eliminó el secreto pontificio, una práctica que exigía a todos los prelados el silencio y la tácita aceptación de las faltas y los comportamientos condenables, los Legionarios de Cristo admitieron que 175 menores de edad fueron víctimas de abusos sexuales por parte de 33 sacerdotes de la Congregación. Este número de víctimas incluye al menos 60 casos de sus fundador, el mencionado padre Marcial Maciel. Un ejemplo reprobable, pero seguido por muchos.
El informe 1941-2019 sobre el abuso sexual de menores en la congregación -así se llama la confesión de parte- sostiene que la mayoría de las víctimas fueron niños y adolescentes que tenían entre 11 y 16 años, y que “del total de los 33 sacerdotes que han cometido abusos, sin considerar a Maciel, cuatro han abusado de una víctima una única vez, nueve han abusado repetidamente de una única víctima, 11 han abusado de entre dos y cinco víctimas, y cinco han abusado de entre seis y 10 víctimas”. Eso es solo un botón de muestra.
En este caso -como en la mayoría que aún se oculta-, la justicia no aplica. De los 33 sacerdotes escrutados, 6 fallecieron sin ser juzgados, solo uno fue condenado y otro se encuentra en juicio. Pero aún así el informe es incompleto, dijo en rueda de prensa el Arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López. «Faltan todos los cómplices», señaló.