En Cuba sucedió lo que parecía impensable: los hermanos Castro -Fidel y Raúl- han dejado el poder. El primero murió, el segundo renunció hace unos días. Ahora, sin ellos, se cerró un capítulo brillante y fúnebre de la historia del país. Un capítulo lleno de heroísmo, esperanza y autoritarismo. Una fase que se inició con la insurrección en la Sierra Maestra en 1959 y se prolongó con una dictadura que prohibió la política fuera del partido, controló las actividades económicas básicas y restringió la libertad de expresión.
Llega en lugar de Raúl Castro Miguel Díaz-Canel, un ingeniero electrónico que permitió que los cubanos tuvieran acceso a internet en sus teléfonos y en sus casas, y que abrió con ello la posibilidad de una mayor información y de nuevos movimientos para ampliar las libertades. En enero, Díaz-Canel permitió la expansión de negocios a los alojamientos y los servicios veterinarios. En días recientes, se permitió a la población operar fábricas de quesos, pinturas y juguetes.
Muchos cubanos esperan que las reformas resuelvan una visible paradoja: los miembros más educados y mejor capacitados de la fuerza laboral están en empleos controlados por el gobierno, y con frecuencia tienen un salario menor que el de los trabajadores menos calificados que laboran en los sectores autorizados para la empresa privada. Así los guías turísticos, los camareros y los taxistas pueden ganar más dinero que los cirujanos, ingenieros y científicos. .
La justicia del socialismo, entonces, parece una justicia al revés.