En la vida de los trabajadores ambulantes, los desalojos de los puestos de trabajo no son momentos ajenos. Los sufren en carne propia y la de los vecinos, y siempre como atropellos con o sin violencia. Los desalojos son la ruptura del orden para los ambulantes que llevan años y meses en sus puestos. Y muchas veces, para los vecinos, los desalojos son vistos como los restablecimientos del orden. Para muchos, la presencia de los ambulantes es un fenómeno molesto. Y para los millones de comensales que desayunan y comen en sus puestos, los ambulantes son el espacio fundamental de su dieta diaria.
Esta semana se llevó a cabo un desalojo en las inmediaciones del metro Portales, lo que ha ocasionado movilizaciones y el cierre de la circulación en la Calzada de Tlalpan. A las 23 horas del miércoles 22 de agosto, 540 policías apoyados en 60 vehículos retiraron más de 340 puestos semifijos, llevándose todo tipo de mercancías. Junto a ellos llegaron trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad que retiraron el cableado clandestino de los puestos, y brigadas del personal de limpieza que desencajaron los tubos que les servían como anclaje en el pavimento. A la mañana siguiente los ambulantes afectados realizaron un mitin relámpago y cerraron varias calles, reclamando que los policías los habían despojado de toda su mercancía. Había ollas, licuadoras, sartenes, de todo. Para evitar nuevos cierres de las vialidades, 300 granaderos arribaron al lugar con el propósito de crear un cerco alrededor de los inconformes.
El desalojo se llevó a cabo, según informaron las autoridades, porque los vecinos se quejaron de la multiplicación de robos que achacaron a los ambulantes.
Pero el problema de los ambulantes va mucho más allá de los robos que se efectúan al amparo su proliferación urbana. O la fealdad de las calles en las que se encuentran sus puestos destartalados. O la insalubridad de los alimentos que venden, que muchas veces es un mal recurrente. O a la competencia desleal que representan para el comercio legalmente establecido. No. La existencia de los ambulantes obedece a una economía enferma, que no puede crear empleos formales para ubicar a la creciente fuerza de trabajo; a los raquíticos salarios que no alcanzan para comprar artículos de primera necesidad en el comercio formal; a la corrupción de las autoridades delegacionales, estatales y municipales que cobran a los trabajadores informales por establecerse en las calles; a la existencia de organizaciones gansteriles que supuestamente los defienden y generalmente los extorsionan; a las redes del narcotráfico que los penetran y a la complicidad de la policía que los tolera por una ración de las ganancias.
Los trabajadores informales -comúnmente llamados ambulantes- representan aproximadamente el 60% de la fuerza de trabajo de México, y necesitan ser tratados como ciudadanos de primera. Tienen que ser contribuyentes, como todos. Pagar impuestos -no mordidas– y que los impuestos los beneficien. Tienen que ser, también, mexicanos de primera línea.