El nuevo Ministro de Inmigración de Canadá es un Somalí. Se llama Ahmed Hussen, y llegó a Toronto cuando tenía 16 años. Salió huyendo de un país en guerra. La guerra en ese pico oriental de África continuó hasta 2012. Somalia es una nación estrangulada por la pobreza, el fanatismo, el narcotráfico y la piratería.

El ministro Hussen es un hombre trabajador, optimista y culto. Labró su futuro ayudando a sus compatriotas que buscaban refugio en el centro de Toronto y ahorrando para su propia educación. Así pudo ir a la universidad. Después ingresó a la política, y con una carrera fulminante llegó a los escaños del Parlamento de Ottawa. Desde ahí promovió una plataforma de apoyo para todos los migrantes. Ahora es el nuevo ministro del gabinete de Justin Trudeau.

Dice el ministro somalí que ante todo es un canadiense. Pero jamás olvida sus raíces. Defiende a sus paisanos de la etiqueta de criminales que les adjudican en todo el mundo, por ignorancia y comodidad. Se sabe que los piratas de Somalia estuvieron asaltando barcos durante décadas. Y esa leyenda no se olvida. Por eso los jóvenes somalíes que viven en Canadá son estigmatizados al recordar esa historia.

Uno de los muchos problemas que enfrenta el nuevo ministro es que muchos jóvenes de su patria sí conforman bandas que se dedican al robo y la venta de droga. Eso no lo niega, y ha puesto en marcha programas para redimirlos. Pero eso no significa que todos los emigrantes se dediquen a esas actividades. «Los emigrantes no son delincuentes», es una de las frases más repetidas por el nuevo ministro.

Canadá es hoy en día un baluarte de la política humanitaria hacia los emigrantes. En los últimos 13 meses, el anterior Ministro de Inmigración acogió a más de 39 mil sirios que huían -como los somalíes- de su país en guerra. Y este año su plan es acoger a más de 300 mil refugiados que huyen de la guerra, la pobreza, la explotación y la barbarie.

Es una política antagónica a la del vecino que se avecina.