En una de sus primeras declaraciones a la prensa como presidente electo, Donald Trump declaró que va a deportar entre dos y tres millones de indocumentados. «Lo que vamos a hacer es aprehender a toda la gente que tenga antecedentes criminales, bandas, narcotraficantes -tenemos mucha gente de ese tipo -probablemente dos o tres millones-, los vamos a echar del país o los vamos a encarcelar», declaró a CBS.
Se ha calculado que en Estados Unidos hay 11 millones de emigrantes ilegales de México. Para atraparlos Trump piensa hacer redadas y, aunque hasta ahora no lo ha dicho, podría investigar entre las empresas, los hoteles, los agricultores, los restaurantes y las casas particulares para descubrir quién contrata a emigrantes y engrosar el número de deportados.
Pero hacer eso no es fácil. Habría que realizar un nuevo censo con esos fines, y la oposición no sería poca. A nadie le gusta que lleguen las autoridades a sus domicilios para preguntar si sus empleadas o niñeras son mexicanas ilegales. Sería un Estado más parecido al nazismo que a la democracia del país más poderoso de la Tierra.
En cuanto al Muro, Trump declaró que sí lo hará, aunque acotó que será en determinadas áreas. Y en tono de broma, haciendo alardes de sus dotes empresariales, añadió: «la construcción es lo mío.»
Una cosa es segura: en el tema de la migración, las relaciones entre México y Estados Unidos sufrirán un cambio radical. La frontera puede militarizarse, más aún de lo que ya está. Las deportaciones se incrementarán. Las remesas, que se han convertido en el segundo renglón de ingresos para el país después del petróleo, van a caer. Y, sin proponérselo como política de Estado, Trump va a hundir a todas las empresas de su país que descansan en la mano de obra de los mexicanos.
Nada bueno nos espera.