El comercio mundial se descompuso de la siguiente manera: primero, el Grupo de los 7 países más indusrtializados decidió reunirse en Quebec para discutir nuevamente cómo el libre comercio se convertiría en la llave del desarrollo y la creación de empleos. Después, para esos fines, los presidentes de esos países llegaron al centro de reuniones elegido estrechando manos; hubo  algunos abrazos, sonrisas al por mayor y al final reunión a puerta cerrada para tratar el tema.

Al salir de la reunión los micrófonos se fueron sobre Donald Trump. Dijo que la reunión había sido «un éxito absoluto», y cuando le preguntaron qué calificación le podría del 1 al 10, respondió con una enorme sonrisa: «¡Diez!»

Lo malo vino a bordo del vuelo presidencial hacia Singapur, donde Trump se reuniría con Kim Jong-un para arreglar otro tipo de asuntos. Problemas nucleares, por cierto, donde el futuro de la humanidad estaría en juego. Resulta que 9 horas después de la reunión, cuando Trump leyó en el aire las declaraciones del primer ministro canadiense Justin Trudeau, criticando las tarifas estadounidenses al acero y aluminio, su estado de ánimo estalló una vez más. En su twitter -su arma favorita-, escribió que el Trudeau era «deshonesto, débil, manso y tibio», con lo cual puso a Estados Unidos en su peor momento diplomático con Canadá desde 1812.

Y hablando de historia, antes de la reunión de los 7, Trump dijo que en el siglo XIX los canadienses había prendido fuego a la Casa Blanca, confundiéndolos con los ingleses. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que el equilibrio mundial en términos comerciales se ha desbaratado, y llevará mucho tiempo crear un nuevo orden. Por lo pronto, las guerras comerciales han vuelto por sus fueros.

La ecuación resultante del encuentro será de la siguiente manera: unos ponen aranceles, los demás también. Los gobiernos recaudan más, las ventas bajan. Los precios suben, los consumidores pierden.