En lugar de lanzar misiles como demostración de fuerza, el gobierno de Corea del Norte prefirió desplegar un desfile donde participaron los misiles. Después se dijo que el país falló en el lanzamiento de un misil desde su costa este. Lo cierto es que no hubo ninguna prueba nuclear en las montañas de granito del norte del país, y que el juego de vencidas con Estados Unidos no desembocó en una guerra, como algunos pronosticaban. Hasta ahora.
El desfile fue todo un éxito. Se conmemoraba el nacimiento de Kim Il Sung, abuelo de la patria. El gobierno de Pyongyang, con el pecho por delante, declaró que «el país estaba preparado para un ataque nuclear», y que devolverían cada golpe con la misma fuerza. El gobierno de Pekín, que ha demostrado una ecuanimidad que falta en esta hora crítica, se ha pronunciado por el diálogo para la resolución de los conflictos.
La mesa está puesta para el desencadenamiento de una Tercera Guerra Mundial. Nadie la quiere, pero el envalentonamiento de Donald Trump mantiene la mecha encendida. Basta un ataque con misiles a Corea del Norte para que la bomba estalle. Esperemos que eso no suceda.