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Destellos de luz sobre el césped

¿Puede el futbol ser un arte además de un deporte? Muchos lo dudan, porque ninguna jugada magistral puede compararse a la emoción que produce un poema de Paz, un allegro de Vivaldi o un lienzo de El Greco. Y sin embargo hay lances en la cancha que solo pueden realizarse con la ayuda de las Musas, una inspiración que llega al jugador cuando convierte al balón en una esfera mágica, pasa sobre los rivales como si fuera Leónidas en el paso de las Termópilas, quiebra con la cintura a los defensores que quedan como invitándolos al baile, y al final anota el gol y termina abajo de una pirámide de compañeros que lo abrazan y lo sofocan de alegría.

Ese tipo de prestidigitación coronó la última función del mago mayor Lionel Messi, cuando entró a la cancha como refuerzo de un equipo argentino que parecía de llaneros, y en veinte minutos metió tres goles y puso un pase infalible para otro. Su segundo gol fue una puesta en escena ya vista, porque todo el mundo sabía que lo iba a meter. Lo sabían los de su equipo, que le profesan una fe de beduinos. Lo sabían los espectadores, porque iban al estadio para ver exclusivamente lo que hacía Messi. Y lo sabían sus rivales, que tenían los dedos cruzados detrás de la línea defensiva. Un tiro a balón parado varios metros afuera del área, con los más altos de la barrera en formación militar, el portero apostado en el extremo opuesto y el estadio aguantando la respiración. Messi estaba a menos de dos metros del balón, y con solo dos pasos de vuelo levantó el balón en el arco perfecto para entrar por el ángulo de la portería. El estadio entero aulló de emoción, y el equipo contrario no lo sufrió demasiado, porque sabía que no había nada que hacer para detenerlo. Saben que los dioses del Olimpo, regocijándose más allá de la cancha, le han prestado sus poderes al pequeño astro argentino.

Ah, pero no solo Messi actúa como brujo. Ayer lo emparejó un mexicano, el Tecatito Corona, que maravilló al estadio de Houston cuando México más lo requería, porque iba perdiendo uno por cero frente a los venezolanos, y estaba en juego enfrentar en el siguiente partido a Chile o a Messi, digo, a Argentina.

México había jugado bastante bien, como juega siempre que va perdiendo. El partido estaba a punto de finalizar, y ya se veía que el Tecatito andaba como tocado por una inspiración sobrenatural. Había fallado dos veces al tratar de poner el balón en la red, había hecho lo más difícil, pero le había faltado el aliento final. Pero entonces, a unos minutos del término del partido, tomó la bola casi desde media cancha, burló a un par de rivales con quiebres de cadera, se metió al área como pirata al asalto -con el cuchillo entre los dientes-, y después de pasear el balón en escasos  centímetros cuadrados entre los rivales lanzó un tiro cruzado que dejó al portero vencido y al estadio en un aullido.

¿Puede el futbol ser un arte? Que responda el público desde las graderías.

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