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Destrozos

Se ha dicho reiteradamente que la infiltración de los llamados grupos anarquistas en la última marcha de los padres y familiares desaparecidos de Ayotzinapa es un fenómeno que nada tiene que ver con la búsqueda de justicia del movimiento. Y es cierto. Se ha calculado que en la marcha participaron aproximadamente 4 mil ciudadanos, y que los provocadores que llegaron para romper cristales de comercios, bancos, librerías, restaurantes y tiendas de abarrotes eran apenas un centenar de encapuchados.

Hasta ahora no hay detenidos. La policía tiene prohibido el uso de la fuerza cuando se trata de manifestaciones.

¿Por qué existen estos fenómenos? ¿Se trata de provocadores pagados por alguien para ensuciar la imagen del gobierno de la capital?

El grupo de encapuchados iba bien preparado. Llevaban marros de mango largo, todo tipo de martillos y la consigna de golpear los vidrios de aparadores y ventanas hasta despedazarlos, ingresar a los interiores y romper todo lo que se pueda. Saquear las cajas registradoras. Quemar los libros.

Los miembros de esos grupos llamados anarquistas son especialistas en la destrucción. Y representan un desafío para cualquier familia donde aparecen. Se consideran, en esencia, el desperdicio de las sociedades. El blanco de todos los rechazos. Los que no pertenecen a nada. Los que no tienen la oportunidad de ser admitidos en ningún grupo, en ninguna empresa, en ningún equipo. Los que no tienen ninguna facultad para ganar dinero. Los que quieren venganza. Los que aspiran a la destrucción de todo logro. El fin de la riqueza. Un estallido que todo lo devore.

Estos grupos, al igual que los indigentes, los desempleados y los jóvenes que inhalan thinner abajo de los puentes y en la oscuridad de los rincones, deberían ser una prioridad de rehabilitación humana para el Estado.

 

 

 

 

 

 

 

 

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