Hace un año, el 6 de enero de 2021, fue un día negro para la historia reciente de Estados Unidos. La marcha de ese día se ha comparado con las manifestaciones pacifistas de las últimas décadas del siglo pasado, pero eso no fue así. De las más de 10 mil personas que ingresaron al Capitolio azuzados por Donald Trump, muchos de ellos iban armados. Hasta el momento han sido arrestados 729, de los cuales 176 han sido acusados por crímenes relacionados con la violencia.

Por lo menos tres de los instigadores del 6 de enero enfrentan cargos relacionados con armas, y muchos de loa manifestantes iban armados. Según el Departamento de Justicia, más de 75 acusados han sido procesados por ingresar a una zona restringida con un arma peligrosa o mortífera. Un reporte del Senado realizado por ambos partidos vinculó siete fallecimientos con el ataque. El día del asalto, dos manifestantes murieron de ataques al corazón, uno de una sobredosis accidental y otra recibió un disparo al intentar ingresar al Capitolio por una puerta de vidrio rota. Un oficial de policía murió a causa de varias embolias un día después del ataque y otros dos se suicidaron en los días posteriores. Dos oficiales más se suicidaron seis meses más tarde.

Los sucesos demuestran, por lo menos, que no toda la gente está dispuesta a aceptar pacíficamente los resultados electorales que les son adversos; que un puñado de personas están dispuestas a cometer actos ilícitos para hacer prevalecer sus puntos de vista, y que Donald Trump sigue siendo un catalizador muy efectivo para disparar la violencia después de los procesos electorales.

Hay que tomar nota.