Hay trabajos que no existen y dan mucho dinero. Son simples recuerdos, figuras que desaparecieron, un México que dejó de existir. ¿Alguien recuerda los ferrocarriles? Claro, llegaron a México por el impulso desarrollista de Porfirio Díaz, pusieron los vagones donde se desplazaba la División del Norte de Pancho Villa, fueron nacionalizados por Lázaro Cárdenas, se modernizaron para llevar pasajeros en gabinetes de primera clase durante la época de la industrialización del país, y después pasaron a mejor vida durante la privatización de Ernesto Zedillo.
Los ferrocarriles, que siguen llevando pasajeros a gran velocidad en las modernas vías de Europa y Japón, puede considerarse una especie en extinción en México. Y la extinción llegó a su fin.
Lo único que sobrevivió fueron los bribones de su sindicato.
Los ferrocarriles en México ya no existen. Pero una empresa fantasma, llamada Ferrocarriles Nacionales en Liquidación, proporciona generosamente 18 millones de pesos anuales a seis miembros del sindicato que encabeza Víctor Flores Morales, por concepto de gestoría y administración. El Fideicomiso no existe. Pero el dinero sí. Los fantasmas se mueven a gusto.
La Federación de Ferrocarrileros jubilados afirma que dicho Fideicomiso se creó para pagar las pensiones del gremio, y que junto a su disolución -hace 6 años- desaparecieron también 13 mil 500 millones de pesos que lo integraban. En la actualidad, a los pensionados se les sigue descontando un dinero que nadie sabe hacia qué bolsillos se dirige. Los amigos del líder ferrocarrilero -un medio de transporte inexistente- son apenas un puñado. Entre todos reciben 1.5 millones al semestre.
Existen varias denuncias sobre el caso fantasma en la PGR. Pero eso no importa. La ley en México tiene la misma consistencia vaporosa que los espectros.