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«¡Dios salve al rey!»

Los monarcas del mundo entero saben que ser el rey no es nada fácil. La figura del rey fue durante décadas y siglos la máxima autoridad de naciones y regiones enteras, pero llevar la corona convierte al rey en blanco de ataques de todo tipo. Y no solo de las naciones enemigas, como antaño. sino también de los críticos de las sociedades. Siempre se asocia al rey como el dueño de una inmensa fortuna que cae en sus manos por el simple peso de la herencia. Los reyes no se ensucian las manos con el trabajo. Carlos III, el nuevo monarca, acaba de heredar de Isabel II el trono británico, pero también una fortuna privada valuada en 87 millones de dólares.

A los reyes no les interesa hacer más dinero. No son empresarios. Lo que les interesa, en primer lugar, es mantener la unidad y la cohesión de la nación. Y eso no es una tarea sencilla. La muerte de la Reina Isabel II y la ascensión del Rey Carlos III al trono británico han suscitado nuevos llamamientos de los políticos de las antiguas colonias del Caribe para que se destituya al monarca como su jefe de Estado.

Algunas islas del Caribe están redoblando esfuerzos para que el nuevo monarca pague dinero en efectivo por los años de esclavitud que impusieron sus antepasados.

De alguna manera, ser rey implica ser el esclavo de su corona. Durante su juventud, el actual monarca se quejaba de su aislamiento en Gordonstoun, un duro internado en Escocia donde también había estudiado su padre Felipe. El rey describió su estancia allí como un infierno: se sentía solo y acosado.

«Es una sentencia de prisión», dijo.

Pobre rey.

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