En Little Rock, la capital de Arkansas donde se profesa una abierta admiración a Bill Clinton, ha surgido un debate sobre la libertad religiosa y los alcances del Estado laico. Como se sabe, Little Rock y el conjunto del estado forman parte de la arborescencia del Río Mississippi, una región bañada por sus aguas, propicia para la agricultura y abonada por la esclavitud negra y el racismo de la parte más oscura de la nación. Los vecinos de Arkansas son los estados arquetípicos del odio hacia los negros: Lousiana, Mississippi, Georgia y Tennessee.
Y ahí justo enfrente del Capitolio de la entidad, se ha levantado una escultura que simboliza el culto satánico que late en las venas subterráneas del país más desarrollado del mundo. Parece mentira, pero la escultura tiene cierto parentesco con las divinidades arcanas de los asirios, y es una respuesta beligerante a la hegemonía cristiana que se extiende por el estado.
El asunto tiene una corta historia. El 27 de julio de 2017 se descubrió en la misma zona un monumento dedicado a los 10 mandamientos de la religión judeo-cristiana, y a las 24 horas de su destape un hombre arrolló el monumento con su automóvil, alegando que era una afrenta al contenido laico del estado. Aunque la piedra se reconstruyó en su totalidad, nadie quedó conforme con el suceso.
Por eso hace unos días se organizó un pequeño mítin diabólico, donde el líder de los satánicos -escondido bajo el seudónimo de Lucien Greaves- tomó la palabra. Con ánimo incendiario, aunque tratando de ocultar sus ideas apasionadas, dijo que la escultura con cabeza de cabra era la representación de Badman -el hombre malo, no precisamente Batman-, y que simbolizaba la libertad de creer, la libertad de hablar y la libertad de disentir. Que era un recordatorio para el Estado laico sobre la libertad de culto, y un llamado a todos para la reconciliación.
Muy pocos le creyeron, sobre todo porque su figura ha estado relacionada con los grupos neonazis de diferentes momentos, y porque una de sus banderas ha sido la de procurar los entierros y cremaciones de todos los restos de seres humanos, incluyendo a los que no llegaron al nacimiento.
Con esto, la irracionalidad ya tiene un monumento. El satanismo no desapareció con las carnicerías que comandaba Charles Manson.