Que la paz del mundo pende de un hilo muy fino es algo que casi todo el mundo sabe. El hilo se alarga desde Pyongyang hasta Washington, y se ha tensado angustiosamente desde el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca. El twitter del presidente de Estados Unidos es una amenaza constante para el régimen comunista de Corea del Norte. Y el líder de ese país, un pequeño dinosaurio estalinista de 33 años de edad llamado Kin Jong-un, no se acobarda para decir que responderá ojo por ojo y diente por diente. Ojiva por ojiva, con toda seguridad.
Corea del Norte no ceja en sus pruebas nucleares. Y Estados Unidos mueve sus acorazados de guerra sobre el Mar de Japón. El resto del mundo derrama sudor por la frente. Una posible conflagración atómica está en puerta.
Por eso es muy importante la actitud del nuevo presidente de Corea del Sur, nación alidada de Estados Unidos desde la arcaica Guerra de Corea. El nuevo mandatario se llama Moon Jae-in, y es la única pieza del ajedrez atómico que busca una salida pacifista para su país y para el mundo entero. Cuando los rivales más testarudos enseñan los dientes, Moon extiende la mano. Acaba de proponer a su vecino del norte una ronda de nuevas pláticas de paz, justo después de las demostraciones de fuerza con lanzamiento de misiles por parte de Pyongyang, y cuando Washington amenaza con imponer sanciones económicas a los bancos chinos que operan en Corea del Norte.
Moon ha propuesto que las actividades hostiles terminen el próximo 27 de julio, el aniversario del armisticio de 1953 que puso fin a la Guerra de Corea. La Cruz Roja de Corea ha puesto sobre la mesa la reunificación de las familias separadas por la guerra, a partir del primer día de agosto. Pero Corea del Norte ha puesto como condición el regreso de las 12 meseras que se fueron de Corea del Norte el año pasado.
Como es sabido, el régimen de Kim Jong-un tiene decenas de restaurantes dispersos sobre todo en Asia, para obtener recursos del exterior. Estos restaurantes gozan del prestigio de la comida de Corea del Norte, y son atendidos por jóvenes meseras que tienen una fidelidad religiosa hacia su líder. Todas son militantes probadas del Partido Comunista. Por eso la deserción parece imposible.
El mundo pende ahora de 12 meseras. Son las jóvenes que trabajaban en un restaurante de Corea del Norte en la ciudad china de Ningbo, y que desertaron apoyadas por su gerente. Corea de Norte dice que fueron secuestradas por él, y convencidas con engaños de no volver a su país. Corea del Sur dice que actuaron por voluntad propia, y que por ello les dio asilo. Parece una disputa sin salida.
Si las meseras hablan, podría abrirse una puerta para la negociación. Y su actitud sería un paso emblemático para la reunificación de las familias divididas por la guerra y los enconos. Un signo de paz entre los arrebatos bélicos de Washington y Pyongyang.