La historia parece una novela de Truman Capote. Un asesino serial apareció en la capital de California hace varias décadas, sembrando un terror inasible y siempre presente entre la población. Sus crímenes se iniciaron en febrero de 1978 con el asesinato de una pareja de jóvenes que paseaba inocentemente a su perro por la avenida de un condado de Sacramento, y se prolongaron impunemente a lo largo de casi una década. El hombre violaba a mujeres indefensas, las dejaba vivas o las asesinaba, y sus métodos de sadismo se fueron perfeccionando hasta llegar a atacar mujeres en presencia de sus maridos, que tenían que atestiguar la violación inmovilizados de varias formas. El hombre actuaba solo, y no dejaba rastros de sus infamias. Aparentemente.
Se le llamo el Violador del Área Este de California, y la saga de sus crímenes aterrorizó a la población a lo largo de varios años atroces. Sus récords no eran públicos, pero circulaban de boca en boca. Hasta 1986, al menos en el estado de California, el Violador cobró la vida de 12 personas, violó a más de 50 mujeres y vandalizó más de 120 hogares familiares. Después de ese año sus crímenes se detuvieron. En ese entonces se supuso que el Violador perdió agilidad para escapar de la policía, o dedujo que las pistas que había dejado lo ponían cerca de su captura, y decidió suspender sus actividades.
Afortunadamente, el hilo de las investigaciones no se detuvo, y los avances tecnológicos permitieron rastrear las hebras dejadas al azar por el homicida. En 2001 se descubrió, gracias a los rastros del ADN, que el violador de varias mujeres en el norte del estado era el mismo que había asesinado a otras mujeres en el sur de la entidad. En 2013 una criminóloga llamada Michelle McNamara publicó un artículo juntando varios retazos de la personalidad del asesino: de perfil caucásico, alto, rubio, zapatos tenis del número 9, ojos azules, atlético, siempre cubierto con un pasamontañas. Tres años más tarde, el FBI tomó las riendas de la investigación, y hace unos días atraparon al asesino.
Su nombre es Joseph James DeAngelo, tiene actualmente 72 años, se mueve en silla de ruedas y, lo más sorprendente, es que era un policía del condado. Uno de los muchos que, eventualmente, pudo haber investigado en las décadas de los asesinatos su propio caso.
DeAngelo era y es un hombre común y corriente. Con un trabajo fijo, una mujer, tres hijas. Muy meticuloso, decían sus vecinos, para cortar el césped de su casa. Reservado, poco conversador. Como muchos. Había perdido un dedo, decía, en la guerra de Vietnam. El único dato discordante de su conducta fue en 1979, cuando robó un repelente contra perros y un martillo de una tienda de autoservicio. Por eso fue despedido. Después de dejar el Departamento de Policía, laboró en una cadena de abarrotes llamada Save Mart, en las afueras de Sacramento.
El asesino ahora es un viejo inválido. Pero los años que le quedan servirán para pagar sus crímenes. Tarde. Muy tarde. Pero le llegó la justicia.