El Chapo ha lanzado una agresiva campaña en los medios. Asesorado por sus abogados, defendido por su esposa y su hija y amenazando con una supuesta huelga de hambre, quiere nuevamente llamar la atención. No le bastó la aburrida entrevista que le dio a Sean Penn, ni los ríos de tinta y chismes sobre su tórrido romance en las redes sociales con Kate del Castillo, ni su fama como escapista de máximo nivel en el mundo entero. No. Ahora el Chapo quiere todos los reflectores para quejarse de las condiciones en que lo tienen en la cárcel, y quiere negociar en las mejores condiciones se extradición a Estados Unidos.
Su esposa ha declarado que duda mucho que sea un narcotraficante. Su hija dijo que la visitaba en Estados Unidos mientras estaba prófugo, y que extendía cheques para pagar las campañas de políticos de alto nivel. Bien. Pues ha llegado la hora de que el narcotraficante más famoso del mundo actualmente deje de dictar la agenda a los medios. Llegó la hora de que la opinión pública se entere de por lo menos una parte de la verdad de todos sus crímenes y tropelías. Si el Chapo quiere algo, la sociedad también quiere algo más. Quiere saber quienes son sus socios en Estados Unidos; dónde consiguió el armamento para pertrechar a su inmenso ejército; quiere saber los nombres de los políticos que lo apoyaron o lo encubrieron; quiere los nombre de todos los policías y militares que están en su nómina. Quiere saber quien lo proveía de aviones, barcos y submarinos; quiere saber cuantos secuestros perpetró, y cuántas muertes sigue debiendo.
Lo demás, su estado de salud supuestamente delicado y sus frases cursis hacia Kate del Castillo, no tienen la menor importancia.