Hace un año, cuando el nombre de la pandemia se asomó por el mundo calificando al coronavirus como una epidemia con niveles alarmantes de propagación y severidad, el mundo se encerró en sí mismo como un caracol en su concha. Temerosos del enemigo que venía del exterior, los países cerraron sus fronteras, los viajes internacionales cerraron sus ventanillas, las aerolíneas cancelaron sus vuelos y el turismo de todo el mundo se colapsó..
En el año 2020, las llegadas de turistas internacionales a nivel mundial se redujeron en un 74% con respecto a 2019. En México, la pandemia impidió que 10 mil 668 millones de dólares entrarán a diversas empresas turísticas, lo que representa un desplome de más del 57 por ciento en comparación con los primeros nueve meses del 2019, y una variación negativa nunca antes registrada en la historia del turismo en el país.
La comparaciones son odiosas, se dice, pero en este caso resulta catastrófica. La pérdida en ingresos equivale al costo de 2.3 Trenes Interurbanos México-Toluca; a 2.7 veces la cantidad que se planea invertir en el Aeropuerto Internacional de Santa Lucía o a 1.4 Trenes Maya en el sureste del país.
Nada se compara a la pérdida de vidas, pero el turismo es un damnificado que tardará en recuperarse.