El eclipse solar que se pudo ver en una franja enorme de Estados Unidos fue un fenómeno unificador. Por lo menos para los fotógrafos. Desde Oregon hasta Carolina del Sur, las imágenes de las personas viendo el eclipse con sus lentes oscuros revelan lo que la política parcializa. El sol sale para todos. Y para todos se eclipsa. Los espectadores fueron blancos y negros, niños y niñas, jóvenes y viejos, judíos y musulmanes, delgados y obesos, ricos y pobres, indigentes y poetas, activistas de los derechos civiles y miembros del Ku Klux Klan.
Aunque la gran mayoría de los estadounidenses sigue perteneciendo a la raza blanca, anglosajona, provenientes de los países europeos, la raza negra linda ya los 40 millones de habitantes, y las demás minorías tienen también un crecimiento veloz y notable. Hay un gran incremento de los llamados latinos -de América Latina-, los asiáticos y los musulmanes. Por eso Estados Unidos se ha llamado el melting pot (la olla de mezcla), aunque la mezcla no exista, o bien se presente de una manera muy reducida. Porque efectivamente existen en el interior del país varias razas, culturas, nacionalidades, idiomas, religiones e ideologías, pero viven como identidades bien definidas y compactas, que tienden a reproducirse sin mestizaje.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido el catalizador de las diferencias y el odio racial que subsistía en las atarjeas y los sótanos más sórdidos de la nación. Por eso abajo, en la Tierra, mientras la Luna se movía frente al sol y lo coronaba con su aro hipnótico, en Chicago se acababa de organizar otra marcha contra el apoyo racista del presidente a los grupos neonazis, y el KuKlux Klan preparaba sus teas para nuevas escaramuzas.
Durante el eclipse, por un instante sagrado, el sol les recordó a los norteamericanos su identidad como género humano. Después, al quitarse los lentes. el prójimo mostró nuevamente el color de su piel.