El ataque a una universidad de Kenya que dejó por lo menos 147 muertos y decenas de heridos es una muestra de la brutalidad y el atraso de algunas regiones africanas que combinan la misera con el fanatismo y la injusticia.
El ataque se inició a las 5:30 de la mañana. Los estudiantes estaban dormidos, bañándose o preparándose para sus rezos. Un puñado de asesinos enmascarados, que responden a las órdenes del grupo Al-Shabab -una ramificación de Al Qaeda en África- ingresó al recinto estudiantil de Garissa University College y empezó la masacre. Armados con AK-47 y explosivos, los fanáticos les preguntaban a los estudiantes por su religión, y si la respuesta era «cristianos», eran ejecutados en el acto.
La matanza duró 13 horas, hasta que el ejército logró controlar la situación.
Lo sucedido en Kenya no es un acto aislado. En las pasadas elecciones en Nigeria, el grupo Boko Haram -vinculado al Estado Islámico-, asesinó a 41 personas en el norte del país, y amenazó a la población que si acudía a las urnas sería blanco para sus fusiles. Y no eran solamente alardes: el grupo se ha distinguido por secuestrar niñas de las escuelas y arrasar pueblos enteros que no se someten a sus designios.
El surgimiento del terrorismo islámico en África es un fenómeno que debe ser erradicado a corto plazo, porque representa una amenaza para la democracia y el desarrollo del continente más atrasado del planeta.