Javier Cercas es el mejor escritor español vivo. En eso coinciden escritores de la talla de Mario Vargas Llosa y J.M. Coetzee, quienes han leído sus obras, han compartido cenas y han gozado de su compañía.
Su prosa poderosa no encaja en los géneros tradicionales. Al leerlo, uno no sabe si lo que produce es un periodismo genuinamente literario, unos ensayos que aspiran a ser novelas, o unas novelas que son en parte autobiografías. Tal vez La velocidad de la luz, su novela más acabada dentro del género, sea una excepción a la regla. Una novela excepcional, por cierto.
En su última novela, El impostor, Javier Cercas narra sus dificultades para escribir sobre Enrich Marcos, un hombre que creó un personaje ficticio de sí mismo, y que lo vendió meticulosamente a la opinión pública de España para llegar a la cúspide de la fama. En algún momento Cercas se pregunta si Marcos no es un moderno Quijote de la Mancha, quien se inventa la figura de caballero para olvidar su triste existencia de hidalgo pobre e insignificante.
Enrich Marcos se esculpió a sí mismo como un hombre ejemplar y sufrido, que pasó de la resistencia antifranquista a un campo de concentración en la Alemania nazi, y que conservó el espíritu y el coraje necesario como para superar todas las aberraciones del nazismo y difundirlas a los cuatro continentes para evitar su repetición histórica. Todo era falso, y en esa impostura se encuentra, a pesar de los esfuerzos del autor, su propia grandeza. Una novela imprescindible.