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El muerto revive

En Afganistán, uno de los países donde la muerte ronda a diario entre la población, de vez en cuando hay muertos que reviven. Ese fue el caso de Ahmad Tameem, un hombre que fue dado por muerto el pasado 29 de enero, y que recientemente fue encontrado vivo en un hospital de Kabul.

La historia parece un cuento ilustrativo de la literatura fantástica. En Afganistán hay decenas de  muertes al día. Algo a lo cual, desgraciadamente, la población está acostumbrada.

Los entierros también son muy usuales. Cada determinado número de días, una bomba de los talibanes o el Estado Islámico estalla en una mezquita, un mercado, una calle muy concurrida. Eso, precisamente, sucedió el pasado 27 de enero, cuando un ataque terrorista se llevó la vida de 100 ciudadanos en la capital del país, e hirió a 200.

Los ataques son tan irracionales y despiadados que la población ya se acostumbró al anonimato de las víctimas. En cada ataque terrorista mueren policías, soldados, niños, ancianos, feligreses, mujeres embarazadas, clientes de los mercados, cualquiera. Por eso los cadáveres se confunden. Cuando mandaron el cadáver de Ahmad Tameem a su familia, nadie se tomó la molestia de cerciorarse si el cadáver correspondía con el difunto. Se hicieron las exequias del caso y punto. La madre del muerto decidió que compartiría la fosa con su padre, muerto hace algunos años. Ahmad era un hombre querido. A su entierro asistieron más de 200 dolientes. Pero cuando le estaban arrojando las últimas paletadas de tierra, uno de sus primos recibió una llamada telefónica. Desde el hospital central en Kabul, le informaban que su primo Ahmad estaba vivo. Que el cadáver era de otro hombre. Que Ahmad se encontraba herido, curándose las lesiones del bombazo, pero respirando aún.

La familia se abalanzó para ver a Ahmad en el hospital. Y la familia del verdadero difunto tomo la estafeta del dolor y se fue al panteón.

Así es la vida en Afganistán. Y la muerte.

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