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El Papa en su tierra

No solo es Argentina. En toda América Latina la presencia del Papa Francisco convoca multitudes, refrenda las creencias, renueva la esperanza de que Dios está con los pobres, los necesitados, los que sufren, los que están urgidos de creer en algo.
El Papa lo sabe, y se esmera en acercarse a los que estiran los brazos para saludarlo, los que viajan cientos de kilómetros para verlo, los que le arrojan al pecho a sus niños para que los bendiga con las yemas de los dedos. No hay ningún otro evento que magnetice a las multitudes como la visita del Papa. En Guayaquil se congregó un millón de fieles, uno de cada 15 ecuatorianos en todo el país. En Quito se amontonaron 500 mil almas que lo aplaudían y le sonreían sin cesar.
La gente lo idolatra, además, porque es un Papa singular. Se ha apartado del boato del Vaticano. No cree en el poder del dinero. Quiere ser humilde. Conducirse como cualquier mortal. Castigar a los pederastas. Sacar de los templos a los que lucran con la religión. Darle un contenido humano a la fe.
Ah, y en su tierra, quiere comportarse como uno más de los mortales. En Bolivia, por ejemplo, quiere probar la planta de la Coca. Cree que le sentaría bien.

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