Andreas Lubitz, el copiloto que estrelló intencionalmente al avión alemán contra las montañas de los Alpes Suizos -provocando la muerte de 149 inocentes-, se ha convertido en un objeto de estudio de los sicólogos del mundo entero.
Pero también se ha transformado en un referente inquietante para los pasajeros de los aviones. ¿Cómo es posible que las compañías aéreas no detecten a los pilotos que han sido afectados por problemas emocionales? ¿Cómo pudo Luvitz pasar sin mayores problemas las pruebas de confianza?
Los gritos del piloto que trataba de abrir la puerta de la cabina donde se encerró Lubitz han despertado, comprensiblemente, la furia de todos los familiares de las víctimas.
Los periodistas hicieron una labor detectivesca para investigar el entorno social del copiloto, y lo que encontraron fue la biografía de un hombre tímido, aislado, con rasgos suicidas en sus tratamientos médicos, y con una novia que le cerró las puertas del matrimonio justo antes de que decidiera estrellarse en Los Alpes.
Si bien el suicidio de una persona es una tragedia que obliga a las sociedades a indagar sobre sus causas y a corregir las condiciones que presionan a los suicidas a tomar decisiones exremas, un suicidio que arrastra a la muerte a decenas de inocentes es un suceso que no puede repetirse, y que debería de tener sanciones muy severas para la empresa que, por su descuido, fue una parte importante como causante de la tragedia.