José Antonio Meade ha vuelto a la Secretaría de Hacienda. La conoce muy bien. Y ahí lo conocen muy bien. Como secretario del gobierno de Felipe Calderón, llevó el barco de las finanzas hasta buen puerto, a pesar de las turbulencias financieras desatadas en todo el mundo con la crisis financiera de 2008.
Después el gobierno de Enrique Peña Nieto lo puso como Canciller, y el nombre de México fue respetado por la responsabilidad y la entrega del hombre al frente de Relaciones Exteriores. El caso de Meade fue excepcional, porque es muy extraño que un gobierno del PRI haya mantenido a un hombre que laboró como secretario de Estado en un gobierno del PAN.
Después el mismo Meade fue nombrado titular de la Secretaría de Desarrollo Social, y fue un funcionario que se dedicó a cumplir su misión. Durante los días más aciagos del pleito entre la CNTE y el gobierno federal -cuando los maestros bloquearon todo tipo de insumos a través de las carreteras-, Meade construyó un puente de abasto aéreo para llegar a las familias más necesitadas.
José Antonio Meade es una anomalía dentro de la política mexicana. Un político que no roba, ni se aprovecha de sus cargos para amasar fortunas. Un funcionario que trabaja, se toma su papel en serio, es eficaz y rinde cuentas.
Como no es hombre de partido, no llegará a la presidencia. Tampoco, como todos los demás, aspira a ello.
Ojalá el próximo gobierno -del partido que sea-, lo conserve como funcionario.