El resultado del referéndum que se llevó a cabo el jueves 23 en el Reino Unido a favor de la salida de la Unión Europea ha traído como consecuencias inmediatas la dimisión, para el mes de octubre tras el congreso de su partido, del jefe de gobierno David Cameron; movimientos descontrolados en los tipos de cambio de todo el mundo; incertidumbre sobre los términos y tiempos en que se llevará a cabo este “divorcio”; dudas sobre si el Reino Unido se dividirá y debilitará; y una sorpresa generalizada de signo negativo.
Las encuestas mostraban una ligera ventaja por la permanencia de ese país en la Unión Europea, tan ligera que parecían más bien los deseos de quienes no querían salir. Algunos articulistas en The Guardian, el otro lado de la moneda, señalan que el Brexit, pone en tela de juicio mucho más que la sola permanencia en ese organismo. Lo que se dirimía, era en realidad la inequidad social y el sentimiento de los votantes de estar excluídos de la política.
Para algunos, el voto por la salida de la Unión Europea significa un regreso al nacionalismo que recuerda al social nacionalismo alemán del siglo XX, sobre todo, cuando conspicuas personalidades como Donald Trump lo apoyan. Para otros, la permanencia en la Unión Europea, el modelo globalizador alternativo, tampoco es respuesta, si nos atenemos al resultado de las concentraciones absurdas de capital –eso sí, sin nacionalidad- y el crecimiento de la pobreza y la marginalidad mundiales.
Quizá haya que confiar en que la pérfida Albión de una salida diferente, imaginativa y benéfica al tremendo atolladero en el que se ha metido.