Las islas Galápagos fueron el crisol de la naturaleza que alimentó el espíritu científico de Charles Darwin y lo impulsó a escribir El origen de las especies, un texto que cambió radicalmente la visión eclesiástica que atribuye el origen del universo a la creación divina, y que mantiene la inalterabilidad de todos los seres vivos. El joven Darwin, un tímido aspirante al sacerdocio, terminó por sentar las bases de la teoría de la evolución y la lucha por la sobrevivencia. Algo que la iglesia no termina de aceptar.
Esas mismas islas son hoy en día un laboratorio natural enorme, un archipiélago de estudios de conservación de las especies, un santuario en el que se reproducen cientos de tortugas marinas, tiburones, delfines, ballenas, iguanas, lagartos, gaviotas, albatros, garzas, gorriones, leones marinos y pingüinos.
Muchos científicos de todo el mundo han unido sus esfuerzos para preservar los ecosistemas de las Galápagos, y por eso la muerte de Jorge el Solitario, último macho de una de las especies de las Tortugas Gigantes, fue un acontecimiento que llenó de luto a los especialistas, los defensores del medio ambiente y los niños. Su deceso fue el 24 de junio de 2012, y fue anunciado como una pérdida irreparable para la vida en el planeta.
Pobre tortuga. Al ser el último macho de la especie, su tragedia fue el escepticismo sexual y la infertilidad. Hubo innumerables esfuerzos por presentarle parejas y concubinas, pero todos los intentos fueron vanos. No mostró ningún interés por reproducirse. Antes de morir de un paro cardíaco, a los 112 años de edad, fue objeto de múltiples burlas.
Pero ahora ha aparecido su alter-ego, una tortuga macho de igual tamaño, con pequeño caparazón y largo cuello. Es otra especie, semejante y pariente de la del extinto Jorge. Se llama Diego, y ha sido bautizado como el garañón de las islas. Diego ha procreado a cientos de crías: 350 según cálculos conservadores, o unas 800 según los cálculos más fantasiosos. Sin importar cuál sea la cifra, son buenas noticias para su especie, que estaba al borde de la extinción en los años setenta. En ese entonces, apenas quedaba más de una decena de sus familiares; la mayoría de ellos eran hembras. pero desde que Diego regresó de un préstamo en el que fue trasladado al zoológico de San Diego, California, su actividad sexual ha sido avasalladora.
En Las Galápagos, todas las tortugas están a salvo. En su hábitat, se reproducen a pesar del interés de los restaurantes y el paladar de los gourmets.
Paradójicamente, uno de los primeros gourmets de la carne de las tortugas fue el propio Charles Darwin. Jamás supo que sus libros servirían también al interés de los depredadores. “Vivíamos solo de carne de tortuga; cuando la coraza se asa con carne en ella es muy buena. Además, se puede hacer una sopa excelente con las tortugas jóvenes”, escribió el tímido investigador trepado en esa cáscara de nuez llamada el Beagle, allá en el año experimental de 1839.