Después del bombardeo de la base siria por Estados Unidos, el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) ha tomado la iniciativa. Este domingo llevó a cabo un ataque doble contra las iglesias coptas del norte de Egipto. El primero de ellos fue en el pequeño poblado de Tanta, en el delta del Río Nilo, donde un bombazo estalló abajo de uno de los bancos de la iglesia de Mar Girgis y dejó a 27 feligreses muertos y 78 heridos. El segundo fue en la catedral copta de San Marcos en Alejandría, donde un ataque suicida dejó un saldo de 14 muertos y 48 heridos.

Los coptos son una minoría cristiana constituida por ortodoxos y católicos que han sobrevivido al imperio del Islam, y que han sufrido persecuciones y ataques por los grupos extremistas. Representan el 10% de la población de Egipto, y las autoridades han sido incapaces de defenderlos a lo largo de la historia. Para el Estado Islámico, que se ha enemistado con el resto del mundo, los coptos representan un blanco fácil y una llamada propagandística de sus capacidades destructivas.

El ataque terrorista no solo le da la bienvenida a los misiles Tomahawk lanzados al gobierno de Bashar Al-Assad, sino también una gélida bienvenida a la próxima visita del Papa Francisco, uno de los pocos dignatarios que creen en la armonía entre las religiones. Para el Estado Islámico la única religión que vale es la suya, y los infieles deben ser destruidos sin misericordia. Si alguien lo duda, ahí está la prueba.

Mientras tanto, en una entrevista televisada por Fox News, el asesor de seguridad H.R. McMaster dijo que Estados Unidos se propone destruir simultáneamente al Estado Islámico y al régimen dictatorial de Bashar Al-Assad.

No dijo, si ese objetivo se logra, qué quedará en pie de todo eso.