Se ha dicho muchas veces que en las elecciones de Estados Unidos el voto de Wall Street es el decisivo para poner o quitar presidentes. Sin la anuencia de los multimillonarios que obtienen su fortuna de la especulación en la bolsa de valores, ganar las elecciones es prácticamente imposible. O muy difícil. Por eso los precandidatos demócratas cargan con el peso de sus propias declaraciones. Si ellos quieren limitar el poder de los jerarcas de Wall Street, tendrán que luchar con ellos desde ahora, porque su riqueza se niega a perder el terreno ganado. Es decir, las monedas de su bolsillo.
Elizabeth Warren -en la fotografía-, que empieza a despuntar como la rival a vencer por sus colegas Joe Biden y Bernie Sanders, ha dicho que va a imponer impuestos a las fortunas que rebasen los 50 millones de dólares. Y esa medida, que se antoja moderada al calibrar las fortunas individuales de los hombres más ricos que aparecen en la revista Forbes -con decenas de miles de millones de dólares-, provoca muecas entre los que se asoman desde los edificios de Wall Street para ver el hormigueo de sus congéneres a sus pies. No es que se asusten por la pérdida de dos o tres milloncitos de billetes verdes, sino que piensan que un paso en esa dirección puede ser el primero de muchos otros. Y el reparto de las fortunas ganadas a pulso en la especulación de cada día no es una idea que les complazca. Eso, desde su punto de vista, se llama socialismo.
Elizabeth Warren ha resultado ser tan socialista -o más- que Bernie Sanders. Además, está a favor de la prohibición de armas para los ciudadanos. Pretende un desarme semejante al que llevó a cabo Tony Blaire en el Reino Unido.
Sin embargo, el problema ahora no es Elizabeth Warren, ni Bernie Sanders, ni el resto de los demócratas. El problema es un presidente que para enfrentar la posibilidad de su destitución no vacila en insinuar amenazas de muerte a los soplones de su propio equipo, llamar traidores a los congresistas que quieran investigarlo, o amenazar al país entero con una guerra civil. Todos esos exabruptos, en el fondo, no ayudan para nada a los intereses de Wall Street.