La Primera Dama del país tiene una oportunidad única en la historia. Si la agarra al vuelo, podría ayudar al presidente Peña Nieto con un desplante único, y de paso ayudar a sacar al país del atolladero en el que se encuentra.
A raíz de la noticia de la llamada Casa Blanca del presidente, esa casa ubicada en las Lomas de Chapultepec cuya propiedad Angélica Rivera está pagando a plazos pero que aparentemente cuesta millones de dólares, la ciudadanía se pregunta el porqué la mayoría de la población está por debajo de los límites de la pobreza mientras un puñado de empresarios y gobernantes viven con un lujo que exacerba los ánimos. La justicia social en México parece medirse con el contraste entre las casas arrasadas por las inundaciones y las mansiones de varias recámaras, albercas, luces cambiantes, jacuzzis en los baños y jardines de sueños babilónicos.
La casa de ensueño que fue presentada en el reportaje de la revista ¡Hola! no está a nombre del presidente, sino de su esposa. Y para tratar de detener el escándalo, el vocero presidencial dijo que ella no es funcionaria, y por tanto no está obligada a declararla oficialmente. Bien. Pero el golpe ya fue asestado, y mucha gente se siente ofendida por tanto lujo.
La oportunidad de la Primera Dama es la siguiente: ¿Qué sucedería si declarase que renuncia a su casa y una parte de su dinero sería destinado a mitigar el sufrimiento de los padres de Ayotzinapa que perdieron a sus hijos? O que tuviese algún otro desplante en ese sentido. Seguramente alguien diría que es un gesto populista, que es pura recomposición de la imagen, pero millones se sentirían aliviados y sobrecogidos por su actitud.