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El zar de la democracia

Como era de esperarse, Vladimir Putin ganó ampliamente la pasada elección presidencial en Rusia. Ahora tiene en la bolsa otros 6 años en la cúspide del poder en el Kremlin. Era el único candidato verosímil en la boleta. Obtuvo cerca del 74% de los votos, en un universo que contemplaba más de 109 millones de electores. El proceso electoral, aunque criticado por algunos sectores, fue limpio. En él se establecieron aproximadamente 100 mil casillas electorales a lo largo de las 85 regiones y repúblicas de la Federación Rusa. Se calcula que la participación rozó el 60% de los votantes. Además, los ciudadanos rusos pudieron emitir su voto en los 145 países en donde habitan.

El segundo lugar lo obtuvo Pavel Grudinin del Partido Comunista con el 13% de los votos, y el tercero fue Vladimir Zhirinovsky del Partido Nacionalista. El boicot promovido por Alexei Navalny, principal líder de la oposición rusa, no tuvo el eco deseado.

Durante su campaña, Putin prometió elevar los salarios, fortalecer los sistemas de salud y la educación, e invertir para modernizar la vetusta infraestructura del país. En el discurso de candidato electo, sostuvo que la unidad es lo más importante para Rusia, y que encauzará sus esfuerzos para  atraer a los simpatizantes de los candidatos derrotados.

Putin sabe lo que dice. Se ha convertido en el hombre más fuerte de Rusia desde la dictadura de Stalin. Es, de hecho, un nuevo zar, como Nicolás II. El país no puede vivir sin su liderazgo. Su talento y carisma se extienden por todas las latitudes del país más grande del mundo, y proyectan una nube de poder hacia las demás naciones. Sobre todo hacia los países europeos, pero también hacia China y Estados Unidos. Ya no hay una política internacional que pueda funcionar sin considerar la gigantesca  presencia de Putin. Se ha convertido en un factor de equilibrio fundamental para el mundo. Y por ello, también, en uno de sus mayores riesgos. Su acumulación de poder es enorme. Y su narcisismo, también. En Rusia se ha convertido en un icono. Ya es una figura omnipresente.  Como dijera Fidel Castro: «Con Putin… ¡todo!; contra Putin… ¡nada!

 

 

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