A principios del mes de agosto, la NASA anunció el lanzamiento de dos cápsulas que llevarían tripulación a la Air Space Station que desde hace varios años gira alrededor de la Tierra. Eso no representa nada nuevo. La Estación Espacial ha sido uno de los pocos proyectos exitosos donde colaboran varios países (Rusia, Estados Unidos, Japón, Canadá y la Unión Europea), y desde el año 2000 ha sido visitada por más de 200 personas, entre astronautas y -¡oh sorpresa!- algunos turistas. El primer boleto para esta formidable aventura tuvo un costo aproximado de 20 millones de dólares.
Debe ser extraordinario tripular un satélite que le da la vuelta a la Tierra en 90 minutos, a una velocidad superior a los 27 mil kilómetros por hora. Cada día, la Estación le da un poco más de 15 vueltas a nuestro planeta. El vuelo brinda la oportunidad de fotografiar 15 amaneceres. No es poca cosa.
Y en este detalle reside la importancia del reciente anuncio de la NASA. Por primera vez, las cápsulas que llevan gente a la Estación Espacial son de origen privado. No son gubernamentales. Se trata de dos cápsulas; una de la empresa Boeing, y otra de Space X. Sus tripulantes serán cinco. Cuatro astronautas de la NASA y un empleado de Boeing, antiguo astronauta de Cabo Cañaveral.
Con el pecho lleno de orgullo, Jim Bridenstine, administrador de la NASA, dijo que por primera vez un proyecto tiene cápsulas de Estados Unidos, tripulación norteamericana y sale del suelo donde ondean las banderas de las barras y las estrellas.
¿Y cómo llegaban a la Estación los anteriores astronautas? Ah, eso ya pasó a la historia. Que nadie lo diga, pero les daban un aventón las cápsulas rusas.
Pero ahora, con la puesta en escena de las cápsulas de las empresas privadas -de fabricación norteamericana, claro-, se abre la puerta para el turismo intergaláctico y la -modesta- privatización del espacio. Faltaba más.
(Fotografía de TIME)